EL GRITO AHOGADO

Cuando una siente que se asfixia con su vida y que por más que lo intenta casi nada sale como quiere…
Cuando una se harta de que todos le digan cómo tiene que vivir…
Cuando una siente que la gente la admira sólo por las decisiones tomadas en su vida…
Cuando una siente que a pesar de todo tiene un vacío en el corazón…
Cuando una se siente miserable por tener que suplicar que la quieran…
…Llega un momento en que una desearía subirse al pico más alto y gritar… gritar muy fuerte hasta quedarse sin voz…
Pero tengo un problema: no sé gritar… quizá porque siempre me vi obligada a guardar las formas… y como no sé gritar, el viernes le eché morro y salí media hora antes del trabajo. No tenía ganas de llegar a casa y me habían dejado el coche.
Arranqué, cogí la autovía y me dirigí a ninguna parte. Conduje por la carretera oscura, sin rumbo fijo, aunque me dirigía a un lugar solitario. La carretera sólo se iluminaba con las luces de un coche que ni siquiera era mío.
Me hubiera pasado toda la noche conduciendo. Porque cuando quiero gritar y no puedo me gusta meterme en el coche y perderme conduciendo, con música de fondo y escuchando el sonido de mi corazón y de mis pensamientos y sueños… Pero en lugar de eso, volví a casa a la hora de siempre, me metí en la ducha, me arreglé y me fui de fiesta. Bailé, hablé, reí, bebí… intentando suplir un grito ahogado en mi corazón.

“-¡Suéltenme!- gritaba Eduard- ¡Déjenme hablar por lo menos un minuto!"